Regístrate en Bitget y obtén hasta 100 USDT en bonos completando simples tareas. Oferta por tiempo limitado.

En los procesos de justicia transicional, el testimonio ocupa un lugar central. Jamás se trata únicamente de narrar lo ocurrido, sino de preservar la memoria y construir una verdad compartida que permita a las comunidades avanzar sin olvidar.

En ese contexto, la tecnología blockchain ha comenzado a ocupar un espacio inesperado: el de testigo silencioso, archivo incorruptible y registro que resiste el paso del tiempo y la manipulación.

La idea de que una red descentralizada pueda participar en la construcción de justicia plantea preguntas profundas. ¿Es posible que una tecnología diseñada para transacciones financieras se convierta en herramienta de reparación histórica? ¿Puede una arquitectura digital asumir el rol de testigo sin intervenir en el juicio? ¿Qué tipo de memoria construye una blockchain y qué tipo de olvido permite?

El archivo como campo de disputa

En contextos de violencia política, desplazamiento forzado o represión sistemática, el archivo se convierte en un territorio en disputa. Los documentos desaparecen, los testimonios se fragmentan y las versiones oficiales se imponen sobre las voces individuales. La memoria se vuelve frágil, vulnerable al poder, al tiempo, al silencio.

Frente a esa fragilidad, las comunidades han buscado formas de preservar sus relatos: desde cuadernos escondidos hasta grabaciones clandestinas, desde rituales orales hasta bases de datos protegidas. En ese recorrido, la blockchain aparece como una posibilidad técnica que transforma el archivo en algo más que un contenedor: lo convierte en un espacio de resistencia.

La inmutabilidad de los registros, la distribución de nodos y la trazabilidad de las modificaciones ofrecen garantías que otros sistemas no pueden sostener. Pero esa fortaleza técnica exige una reflexión ética: ¿qué se registra, quién lo registra y con qué propósito?

Verificación sin intermediarios

Uno de los aportes más relevantes de la blockchain en este campo es la posibilidad de verificar información sin depender de una autoridad central. En procesos judiciales, esa característica puede ser valiosa. Testimonios, documentos e imágenes pueden ser registrados en redes distribuidas, asegurando su integridad y disponibilidad.

La verificación descentralizada permite que comunidades afectadas por la violencia mantengan control sobre sus propios archivos. Evita que gobiernos, corporaciones o actores externos manipulen la información y, al mismo tiempo, abre la puerta a nuevas formas de colaboración entre víctimas, investigadores, defensores de derechos humanos y desarrolladores.

Sin embargo, esa apertura también implica riesgos: la exposición de datos sensibles, la falta de protocolos de consentimiento y la posibilidad de que los registros sean utilizados con fines distintos a los previstos son desafíos que requieren atención constante.

El testigo sin rostro

En la tradición judicial, el testigo es una figura humana: alguien que vio, escuchó o vivió. Alguien que se presenta ante otros y comparte su experiencia. La blockchain, en cambio, es un testigo sin rostro. Nunca siente, siempre recuerda. No interpreta, solo registra.

Esa diferencia plantea una tensión fundamental. ¿Puede una red asumir el rol de testigo sin deshumanizar el proceso? ¿Qué tipo de verdad construye un sistema que no distingue entre dolor y dato?

La respuesta no está en la tecnología, sino en el uso que se le da. Si la blockchain se convierte en herramienta para amplificar voces, proteger relatos y sostener memorias que de otro modo se perderían, su rol puede ser valioso.

Pero si se transforma en un mecanismo de control, de vigilancia o en una estructura que impone su lógica sobre la experiencia humana, el riesgo es alto.

Territorios en transición

En distintas regiones del mundo, comunidades que atraviesan procesos de justicia transicional han comenzado a explorar el uso de tecnologías descentralizadas. No se trata de una adopción masiva ni de una solución definitiva: es un experimento, una búsqueda, una tentativa.

En zonas rurales, en territorios indígenas o en ciudades marcadas por el conflicto, la blockchain aparece como una herramienta para registrar acuerdos, certificar compromisos y preservar testimonios. Su uso se adapta a las condiciones locales, a las necesidades específicas y a las posibilidades técnicas.

Lo interesante de estos procesos es que no parten de una lógica financiera. La motivación no está en la especulación ni en la inversión, sino en la memoria, la justicia y la reparación. Y eso transforma el sentido de la tecnología.

El dilema del consentimiento

Registrar un testimonio en una red descentralizada implica una decisión irreversible. Una vez que el dato entra en la cadena, permanece. Esa permanencia puede ser una garantía, pero también una carga.

En contextos de violencia, muchas personas necesitan tiempo para procesar lo vivido. Algunas deciden hablar; otras, prefieren el silencio. Algunas comparten su historia; otras la guardan. El consentimiento se convierte así en un elemento central.

Diseñar sistemas que respeten ese consentimiento -que permitan a las personas decidir qué se registra, cuándo y cómo- es un desafío técnico y ético. No basta con ofrecer una interfaz amigable: es necesario construir protocolos que reconozcan la complejidad del dolor, la diversidad de experiencias y la necesidad de control sobre la propia memoria.

Justicia sin algoritmos

La blockchain puede registrar, verificar y preservar, pero no puede juzgar. La justicia requiere interpretación, contexto y deliberación. Requiere humanidad.

Por eso, el uso de tecnologías descentralizadas en procesos de justicia transicional debe entenderse como un complemento, no como un sustituto. El archivo digital puede sostener la memoria, pero el juicio requiere presencia, escucha y diálogo.

En ese sentido, la blockchain puede ser testigo, pero no juez. Puede acompañar, pero no decidir. Puede proteger, pero no reparar por sí sola.

El riesgo de la fetichización

En el entusiasmo por las posibilidades técnicas existe el riesgo de convertir la tecnología en fetiche: de pensar que basta con registrar para hacer justicia, de creer que la inmutabilidad garantiza la verdad.

Esa ilusión puede ser peligrosa. La justicia es un proceso complejo, que involucra emociones, relaciones y contextos. Requiere tiempo, cuidado y compromiso. La tecnología puede facilitar algunos aspectos, pero no puede reemplazar el trabajo humano.

Por eso, es importante mantener una mirada crítica: celebrar los avances, sí, pero también reconocer los límites. Integrar la blockchain en procesos de justicia transicional exige una reflexión constante, una evaluación ética y una escucha activa de las comunidades.

Hacia una memoria compartida

La posibilidad de construir archivos descentralizados, accesibles y verificables abre caminos para una memoria más inclusiva: una memoria que no dependa de instituciones centralizadas, que no esté sujeta a intereses políticos y que pueda sostenerse en el tiempo.

Esa memoria compartida puede ser un recurso valioso para las generaciones futuras. Puede ayudar a entender lo ocurrido, evitar la repetición y construir una cultura de respeto y reparación.

Pero para que esa memoria sea realmente compartida, es necesario que las comunidades participen en su construcción. Que el registro no sea impuesto, sino dialogado. Que la tecnología se adapte a los ritmos, lenguajes y formas de vida de quienes la utilizan.

Redes que escuchan

La blockchain, en su arquitectura técnica, no escucha. Pero quienes la diseñan, la implementan y la utilizan sí pueden hacerlo. Pueden construir redes que respeten el silencio, que reconozcan el dolor y que acompañen sin invadir.

En los procesos de justicia transicional, esa escucha es fundamental. No se trata solo de registrar lo ocurrido, sino de acompañar a quienes lo vivieron. De construir espacios donde la memoria se sostenga sin convertirse en mercancía. De diseñar tecnologías que sirvan a la vida, y no al control.

La blockchain puede ser testigo. Pero para que ese testimonio tenga sentido, necesita estar al servicio de la justicia, de la comunidad y de la reparación. Y eso exige una mirada humana, una ética del cuidado y una voluntad de construir redes que escuchen.

Deja un comentario