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Web3 nació con una promesa ambiciosa: reemplazar la política tradicional por reglas transparentes, abiertas y verificables. Sin líderes visibles, sin despachos cerrados, sin intermediarios. Solo código, consenso y números ejecutándose de forma automática.

La idea era simple y poderosa: si las reglas están escritas en la blockchain, nadie puede manipularlas. Si el voto es público y on-chain, la legitimidad está garantizada. Pero lo que comenzó como una propuesta política terminó transformándose en un sistema puramente matemático.

Cuando votar deja de ser decidir

En teoría, las DAO representan la máxima expresión de la democracia digital. Propuestas públicas, votaciones abiertas, quórums definidos y resultados inmutables. Todo es visible, auditable y trazable.

En la práctica, la gobernanza en Web3 no mide voluntad colectiva. Mide peso relativo.

Un token no es una voz. Es un coeficiente.

Quien acumula más tokens concentra más poder de decisión. Quien tiene menos, participa de forma simbólica. El sistema es abierto, sí, pero la estructura de poder está definida mucho antes de que se emita el primer voto.

La neutralidad como disfraz

La ilusión funciona porque se presenta como neutral. No hay discursos, no hay ideologías enfrentadas, no hay debates públicos. Solo números sumándose en una interfaz limpia y elegante.

Sin embargo, detrás de esa suma existe una concentración silenciosa que rara vez se discute. La gobernanza no se impone por fuerza, se normaliza por diseño. El sistema no excluye a nadie, pero deja claro quién influye y quién solo valida.

La mayoría no gobierna, legitima.

Participar sin influir

La participación real suele ser baja. Muchas decisiones clave se aprueban con porcentajes mínimos del total de tokens en circulación. El resto no vota, no por desinterés, sino por una percepción clara de irrelevancia.

Saben que su impacto es marginal. Y el sistema, lejos de corregirlo, lo confirma.

Así, el poder no necesita imponerse. Se ejerce por inercia. No requiere convencer, solo acumular.

Descentralización técnica, poder concentrado

La descentralización técnica no asegura una descentralización política y, en muchos casos, apenas la disfraza. El poder ya no se debate en asambleas ni se dialoga en foros abiertos, sino que se ejerce de forma silenciosa, se valida con una firma y se despliega, casi sin fricción, en paneles de control que pocos miran y menos aún cuestionan.

Cuando algo sale mal, la responsabilidad se diluye de forma casi perfecta, porque nadie parece haber decidido nada. El contrato simplemente ejecutó, el voto avanzó sin fricción y el sistema funcionó exactamente como estaba diseñado, dejando atrás consecuencias sin un responsable visible.

Y esa es la trampa más profunda: cuando el poder se vuelve matemático, deja de parecer poder.

El problema no es la tecnología

Web3 no eliminó la política, la encapsuló.

La transformó en una ecuación donde los valores humanos no pesan si no están respaldados por capital. Donde la participación existe, pero la influencia se compra. Donde la transparencia no garantiza equidad, solo hace visible el desequilibrio.

La gobernanza en Web3 no falló. Está funcionando exactamente como fue diseñada.

Y eso debería inquietarnos más que cualquier bug.

–Nodeor

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